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Era un caluroso 13 de agosto. Mi hermano y yo nos acercamos hasta la piscina municipal para refrescarnos y para pasar una buena tarde. Había mucha gente allí, algo que no me extrañaba estando a 30 grados y pegando el sol durante todo el día. Entre todos, vi al sepulturero del cementerio, algo raro porque ese hombre no sale de casa nunca excepto para ir a trabajar. Él es una extraña persona, que no habla con nadie nunca, y nadie le habla, tampoco. Por eso, el hecho de verlo tan contento y social en la piscina me había dejado anonadado. Pues vaya si el calor afecta.

Por miedo, esperé en la toalla con mi hermano a que el hombre saliera del agua, pero debía de estar tan a gusto que no salía. A mí me empezó a entrar el hambre y decidí ir a por la merienda, que estaba justo detrás de la bolsa con la ropa. De repente, me di cuenta de que mi toalla estaba justo al lado de la toalla del sepulturero. ¿Casualidad? No lo creo. Atemorizado, decidí coger todo e irme hacia otro lado, pero, antes de hacerlo, comencé a sentir un extraño olor. Yo, que soy de instinto curioso, estuve investigando para ver si podía identificar cual objeto desprendía aquel olor. Me acerqué a la toalla del sepulturero, y el olor era todavía más fuerte. Estaba convencido de que procedía de allí. Y, al mirar en sus zapatos, fue allí donde descubrí el origen de aquel tufo. Me pareció raro, así que avisé a mi hermano, que me dijo que aquel olor parecía el de una persona muerta. Vale, el hombre trabaja en el cementerio, pero lo más raro era que él no utilizaba aquellos zapatos para trabajar.

Manos de sepulturero – El Perro Morao
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