¡Hola a todos! Aquí os dejo un texto narrativo que he tenido que escribir para la clase de lengua castellana. Espero que os guste.
Cuando me contaron esta historia, no supe muy bien cómo reaccionar. Recuerdo que estaba sentada en el salón de mi casa, junto a la mesita de centro, con la chimenea encendida, cuando a mi abuela se le ocurrió contarnos esto. Toda la familia que esta allí escuchó con atención.
Mi abuela comenzó así:
– Lo siguiente que os voy a contar es una historia que sucedió cuando yo era joven. No sé muy bien si fue una historia de terror, pero está claro que dejó en mí durante muchos años una sensación agridulce.
Yo tenía catorce años, acababa de mudarme y de cambiar de instituto y para mí todo era nuevo. Los primeros días no tenía amigos y me sentía muy sola, pero con el paso del tiempo empecé a conocer gente: hice dos muy buenos amigos, Rocío y Daniel, también me integré en una pandilla y conocí a un chico muy especial, Tomás.
Pasaron los meses y parecía que todo iba sobre ruedas, cuando una tarde volví del instituto y mamá me dijo que tenía algo que contarme. Me senté en la mesa de la cocina, frente a ella, y cuando las palabras empezaron a salir de su boca, sentí como si unos dardos me atravesaran el pecho, una tristeza inmensa. En ese mismo instante, comencé a llorar, derramé todas las lágrimas que tenía, y creí que podría llegar a deshidratarme. No quería levantarme de cama, y el día siguiente no asistí a clase.
Mis amigos más cercanos, Rocío, Tomás y Daniel, se preocuparon, y vinieron a casa a hacerme una visita. Escuché cómo mamá los recibía y les decía que subieran, que estaba en mi habitación. Entraron. Cuando los vi, rompí a llorar en un mar de lágrimas y ellos, sin hacer preguntas, vinieron a abrazarme. Una vez me tranquilicé y cogí aire, les expliqué todo lo que había sucedido.
Les conté que aquella tarde de hace dos días mi madre me llamó y me dijo que papá, que era militar y estaba destinado en América, había muerto por un tiro en el pecho. Además, me dio la noticia de que la abuela había caído en una enfermedad terminal, el estúpido cáncer, y que, con los medios que en aquella época había, era prácticamente imposible que se recuperara.
Mis compañeros me abrazaron de nuevo. En verdad lo necesitaba. Me dijeron que los tenía para todo e intentaron hacerme reír. Me alegré.
Durante las próximas semanas no acudí al instituto. No me sentía con el humor necesario para hacerlo, pero pasadas dos semanas, mi madre me obligó. La verdad es que aunque estaba triste, procuré seguir como antes, haciendo la tarea a diario y estudiando para los exámenes.
Pasó el tiempo y todo parecía volver a recobrar el sentido. Me sentía mejor y aunque no podía olvidar todo lo que había pasado, como era obvio, parecía que volvía volvía ser feliz – mi abuela calló durante unos minutos.
Antes de volver con la historia, hizo un pequeño paréntesis:
– Ahora que os he puesto en situación, os voy a contar lo que viene a ser lo importante de la historia.
Toda la familia escuchó expectante sus palabras:
– Una tarde de abril, pasados ya seis meses de las noticias, yo salía de la ducha cuando en el vaho del espejo que formó el agua caliente de la bañera, se podían leer cuatro palabras. Cuatro palabras que ni mamá ni yo, sin duda, habíamos escrito. Me acerqué al espejo y leí. Decía «Te echo de menos». En ese momento no supe muy bien qué hacer ni cómo reaccionar, pero no grité.
Aunque eso me había dejado aturdida, supe muy bien quién lo había escrito. Una sensación extraña en mi interior me lo había dicho, y yo no necesité nada más para saberlo.
Para qué mentir, sí sentí terror, pero fue un terror agradable, ya que eso no sucede todos los días – y la abuela dio por finalizada la historia.