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NOVELA DE TERROR
Llevaban varias noches despertando con aquellas voces aterradoras que hacían que el corazón se le encogiese. Esa noche, los dos hermanos decidieron hacer caso a las terroríficas voces y se dirigieron al viejo cementerio.
Salieron con mucho cuidado de casa para no ser oídos por sus padres. Federico iba de primero y, pegado a él, su hermano Pedro. Cruzaron las solitarias calles con el corazón latiendo con todas sus fuerzas. Cuando llegaron al viejo cementerio descubrieron, a lo lejos, una luz que se movía. Con más miedo que cuidado, los dos hermanos se dirigieron hacia ella. Allí los esperaba un esqueleto vestido con ropa andrajosa, que los condujo hacia una vieja tumba. Los dos niños se miraron asombrados al ver que sobre la lápida estaban escritos los nombres de sus bisabuelos. De pronto, la losa de la tumba se abrió y salieron sus dos antepasados que los abrazaron fuertemente. En ese momento Federico y Pedro sintieron un enorme amor y una reconfortante sensación de paz.
A partir de aquel día, todas las noches a la misma hora, Federico despertaba a Pedro diciéndole:
-Vámonos ya. Los muertos nos esperan.
LA SOSPECHA
Aquella tarde, como todas las tardes de sábado, Julieta y Fernanda fueron al cementerio a dejar flores sobre la tumba de su abuelo. Cuando les estaban echando agua sintieron una presencia a sus espaldas. Al principio no se atrevían a girarse, pero pronto cogieron valor y se dieron la vuelta lentamente. Tras ellas se encontraba el sepulturero que las observaba fijamente. Julieta lo saludó y, en ese mismo instante un desagradable olor se le introdujo por la nariz. Él le devolvió el saludo y les informó que en media hora cerraría el cementerio porque tenía que ir a buscar una lápida que había encargado. Las niñas asintieron con la cabeza y el sepulturero se alejó. En ese instante Julieta le dijo a Fernanda:
-Los zapatos del sepulturero olían raro. Vamos a seguirlo para saber el motivo.
Las dos hermanas siguieron al sepulturero con mucha cautela hasta el rincón más oculto del cementerio. Allí, el hombre se quitó los gastados zapatones y las niñas pudieron ver como sus pies estaban cubiertos de llagas y ensangrentados. Sin decir nada se dieron la vuelta y se fueron.